La relación entre la actriz y vedette Bárbara Rey y el rey emérito Juan Carlos I vuelve a ocupar titulares, esta vez con la filtración de fotos comprometedoras que confirman lo que ya se rumoreaba desde hace décadas: los numerosos engaños del monarca no solo a su esposa, la Reina Sofía, sino también a toda la nación española. Pero, como es costumbre en España, la verdad siempre nos llega tarde. Ya sea con los Borbones, los Austrias o los Franco Bahamonde, la historia de España se escribe con retraso. Aquí nos vamos enterando de lo que realmente sucede por casualidad, como si la verdad fuese una intrusa que se cuela de rebote. En este caso, ha sido una revista holandesa la que nos ha «informado» de lo que llevábamos medio siglo sabiendo: Juan Carlos I, el supuesto «campechano», no era tan campechano. Las fotos de Bárbara Rey con el emérito pegándose el lote en su domicilio, vendidas por el hijo de la vedette, son el último capítulo de una saga de traiciones, dinero público y secretos a voces que el pueblo español ha pagado con creces. Porque, como ya es costumbre, las fiestas del juancarlismo las financiamos entre todos, aunque, eso sí, lo sabemos con retraso.
El «Campechano» que nunca fue
Ese apelativo, «el campechano», con el que se trataba de maquillar, e incluso blanquear, la imagen de Juan Carlos I, haciéndolo parecer un monarca cercano, casi uno de los nuestros. En el imaginario popular, se le veía como un rey dispuesto a mezclarse con el pueblo, a compartir unos chatos de vino en un bar de carretera e incluso invitar a una ronda de croquetas. Pero la realidad —o más bien la realeza— era otra. El «campechano» se movía entre aristócratas, banqueros, empresarios, generales y jeques árabes, un entusiasta de las regatas, los toros y las vacaciones a todo trapo. Lejos de los bares de carretera, el rey prefería el lujo y la compañía de la élite. La prensa patria, durante años convertida en un simple servicio de papel higiénico al servicio de la monarquía, no dejó de calificar su reinado de «ejemplar». Sin embargo, cualquier hijo de vecino sabía que Juan Carlos de ejemplar tenía poco, menos aún de campechano. Cuya vida pública era publicada a medias entre el Boletín Oficial del Estado y la revista ¡Hola!. Bajo el relato oficial, lleno de heroísmo y grandeza, corrían de boca en boca rumores sobre cascos de moto, rubias espectaculares y osos borrachos. Lo de Mitrofán, aquel oso ruso emborrachado y puesto frente a su escopeta, fue solo el preludio de un reinado donde los excesos privados y los escándalos públicos convivían en perfecta armonía.
De Bárbara Rey a Corinna: La farsa y el dinero público
Lo que más indigna no es solo la traición personal a la Reina Sofía, quien siempre ha soportado estoicamente los deslices de su marido. Es la traición a todo un país. Las fotos de Bárbara Rey, que nos muestran lo que ya sabíamos, han levantado un revuelo que, en términos monetarios, nos costó alrededor de 500 o 600 millones de pesetas en su momento, una minucia si lo comparamos con los 65 millones de euros que Juan Carlos le pagó a Corinna Larsen. Todo, claro, con dinero público. Los españoles hemos financiado durante décadas las fiestas y caprichos de nuestro «campechano» sin siquiera saberlo. Solo ahora, con años de retraso, nos vamos enterando de los detalles: cuentas en paraísos fiscales, comisiones ilegales y, por supuesto, las barraganas que formaban parte de la corte personal del monarca, pagadas con el erario público. En medio de todo esto, se hace cada vez más evidente que el verdadero «okupa» no es otro que Juan Carlos I. A pesar de haber abdicado en 2014, sigue siendo una sombra que se proyecta sobre la monarquía española. Su exilio en Abu Dabi no ha apagado los escándalos, sino que los ha avivado aún más. Su imagen se ha desmoronado, y con ella, la confianza de la ciudadanía en la institución monárquica. El término «okupa» aquí no es casual. A ojos de muchos, Juan Carlos ha sido un ocupante indebido de una posición que utilizó para sus propios fines, traicionando la confianza de su pueblo. Y mientras las exclusivas sobre su vida privada siguen saliendo a la luz, la figura del rey emérito se aleja cada vez más de ese «ejemplo» de liderazgo que se nos vendió durante años.
La historia de España, como siempre, nos llega tarde. Durante años, el relato oficial pintó a Juan Carlos I como un rey ejemplar, cercano al pueblo y clave en la transición democrática. Pero la realidad ha demostrado lo contrario. Las fotos de Bárbara Rey solo confirman lo que ya intuíamos: el emérito fue un monarca que vivió rodeado de lujos, traicionando a su familia y a su nación, mientras los españoles pagábamos la factura. En un país donde la verdad siempre llega con retraso, las fiestas y excesos de la realeza se siguieron financiando mientras el pueblo seguía en la oscuridad. Y ahora, una vez más, es la ciudadanía la que debe enfrentar las consecuencias de los borboneos y traiciones de un rey que, con cada revelación, se distancia más del pueblo que alguna vez lo aclamó.
Resulta jocoso, por denominarlo de alguna forma, que el rapero Pablo Hassel cumple más de 1.300 días en prisión por «injurias a La Corona», y el cual en el juicio denunció cómo Juan Carlos I dilapidaba nuestro dinero en amantes. Mientras, Juan Carlos I sigue en una isla privada en Abu Dhabi sin ser juzgado. La «justicia» en España.